jueves, 10 de enero de 2013

CHORROJUMO (HISTORIA)



Es de recibo abrir el contenido de este blog de flamenco con una de las figuras más singulares que ha dado la ciudad de Granada.
Su verdadero nombre era Mariano Fernández Santiago. ¡Vaya dos apellidos gitanos! Su historia es la historia de la vida; la historia de aquel que ve en el teatro una forma de vida. El teatro de la calle. La representación permanente de un personaje que ha pasado a la historia del flamenco y de Granada. De él sabemos que nació en 1824 y se casó con Dolores Román Heredia, gitana del Sacromonte con la que tuvo al menos tres hijos. Su popularidad vino a raíz de de dejarse fotografiar y pedir limosna a cambio de esas imágenes posando como si fuera un auténtico 'Rey de los gitanos', remoquete que él mismo se impuso. Llegó a ser uno de los granadinos más populares de época hasta el punto que con la 'fortuna' que hizo se mudó de barrio y dejó el Sacromonte para irse a una pequeña vivienda en la calle Niños del Royo. También residiría en el callejón de la Sierra nº 7 en sus últimos años de vida.



Tuvo imitadores que, ataviados con ropajes similares le hicieron competencia, por lo que sus últimos años de vida los vivió casi en la pobreza. En estos años, se quedó prácticamente ciego y entró en la cárcel en varias ocasiones pues le achacaban el delito de engaño a los turistas. Por ello llegó a escribirle cartas al gobernador para desmentir tal acusación.
Su mayor fortuna fue la de coincidir con el pintor Mariano Fortuny que lo retrató y a partir de aquí, comenzó su fulgurante fama
El diario 'La Correspondencia de España' (en su edición de la mañana, 11/12/1906) recoge el fallecimiento de 'Chorrojumo'. Asi reza:



Su principal oficio era el de 'guía turístico' por la Alhambra. Un guía ciertamente especial pues se dedicaba a contar historias que hacía propias pero que en realidad ya las había contado antes Washington Irving en sus libros. Se convirtió en una atracción turística de tal importancia que personajes ilustres y de la aristocracia visitaban Granada para verlo y fotografiarse con él.



Los viejos del barrio cuentan que al parecer había dos Chorrojumos: padre e hijo. Mariano y Rafael. Y hasta se habla de pintorescos imitadores que daban garrotazos a aquellos que intentaban hacerse pasar por este personaje.
La revista Blanco y Negro recoge un episodio en el que nuestro personaje hace compás a la guitarra tocada por su sobrina Maria del Carmen (en el barrio era conocida como Carmelilla) con la intención de venderse en retrato a un pintor sevillano (José de Velilla):
Tío, ¿qué hay que jazé pa que er lipendi (bobalicón) afloje una jara (onza de oro)?
Mía, chiquíya, -le contestó él-, que ezte cabayero, manque le veaz la cara abizcochá y laz barbaz como la arena del Darro, no ez dengún inglez, zino caztellano, y chanela (sabe) má que un debé (ángel, dios). Conque cántale unaz coplitaz, que zu mercé no zerá cidrato (roñoso), pa que oiga lo güeno que hay en er mundo.
María del Carmen templó la guitarra y rasgueó las malagueñas; Chorro e jumo la acompañó con las palmas, y ella, después de un prolongado jipío, cantó:
Quiero vivir en Granada, porque me gusta el oír la campana de la Vela cuando me voy á dormir.
¡Jole! ¡Jole! -exclamó el príncipe de los gitanos-. ¡Ya uzté ve: de envidia zan cayao jazta loz pajariyoz!
¡Allá va la otra! dijo ella:
Vámonos al Avellano a bebé el agua fresquita, porque dicen que allí hay la flor de la canelita.
¡Tú zí que erez canelita, armendra agarrapiñá y armiba e laz comendaoraz e Zantiago -prorrumpió el tío, jaleando á la sobrina.
Venga la última.
Y María del Carmen cantó para despedirse esta copla extremando las inflexiones y los gorjeos:
Darro tiene prometido el casarse con Genil, y le van a dar como dote Plaza Nueva y Zacatln.
¡Viva tu mare! -gritó Chorro e jumo-. Y ahora mérqueme zu mercé mi retrato y er de Carmelica, por lo que zea zu voluntá.
Compré los dos retratos, tío y sobrina quedaron agradecidos; despedíme de ellos y bajé la cuesta que conduce á la Puerta de las Granadas; de vez en cuando miraba para atrás, y descubría entre los bosquecillos el maltratado catite de Chorro e jumo, del príncipe de los gitanos, el cual vaga perpetuamente como una sombra por los jardines que rodean el solitario y maravilloso palacio de los árabes.



En esta imagen se aprecian los problemas de visión que tenía en sus últimos años.


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